El relato trata acerca de la
confesión de un joven nervioso y maniático que convive con un viejo. Vive obsesionado con el ojo enfermo del un anciano, este ojo lo hace enloquecer
cada vez que lo ve, desesperándolo sin que poder evitarlo, hasta el punto de
desear matar al viejo y acabar con el tormento que sufre a causa de su
monstruoso ojo.
El narrador de los hechos intenta
constantemente demostrar su cordura y quiere reflejar su lucidez a través de su
conducta homicida, diciendo constantemente que no está loco, sino que es
nervioso. Ya ha cometido el asesinato, y trata de excusar sus culpas, intentando
convencer de que todo no es producto de su locura, sino que fue un impulso el
que le llevó a cometer el crimen, debido al gran miedo que le producía el ojo
de la víctima, ojo que él llamaba el “ojo de buitre”.
El crimen lo ha meditado a fondo.
Durante siete días vigila al viejo mientras duerme, siendo muy meticuloso en
sus movimientos, para concretar la forma de matarlo sin dejar rastro. Una noche
termina ahogándolo; después lo descuartiza y lo esconde bajo las tablas del
piso. Todo ello movido por el odio que tenía y el terror que sentía al ojo del
viejo.
"Me llevaba una hora
entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta
verlo tendido en su cama (...) cautelosamente iba abriendo la linterna (pues
crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de
luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches...
cada noche, a las doce..."
Alertados por un grito, acuden
dos agentes de policía que han sido avisados por un vecino. La policía no
sospechaba nada del asesino. Después de hablar con ellos tranquilamente, el
asesino termina delatándose al escuchar los latidos del corazón del viejo bajo la tarima, que
sonaban como un estruendo en su cabeza.
¡Basta ya de fingir, malvados!
-aullé-. ¡Confieso que lo maté!
Podemos subrayar como temas
principales del texto la locura que sufre el protagonista, a pesar de que
insiste durante todo el relato que no está loco, llegando a desesperarse por
demostrarlo, y el sentimiento de culpa que siente después de asesinar al viejo.
Destaco sobre todo ese sentimiento de haber cometido el crimen, y sus
remordimientos posteriores que lo llevan a la autoinculpación. Ese ruido que
escucha, esos latidos del corazón, no eran más que provocados por su propia
conciencia y que no le dejaba actuar y pensar con claridad. Y es que nuestros
sentimientos se ven resentidos cuando cometemos algún acto que creemos que no
deberíamos haber hecho, nos sentimos culpables cuando intencionadamente o sin
querer realizamos alguna acción que perjudica a los demás. ¿Quién no ha
escuchado alguna vez a Pepito Grillo?
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